El Museo de Antioquia exhibe en su entrada un gran
letrero rojo de rayas amarillas. En el centro dos palabras negras se imponen:
“El Circo”. Sí, llegó El Circo de Botero. 32 oleos, 20 dibujos y muchos
gorditos deja esta exposición de uno de los artistas más famosos de nuestra
ciudad. Pero más allá de las pinturas, hay otro circo rodeando el Museo: la
plaza del frente.
“Señoras y señores, damas y caballeros, niños y niñas,
bienvenidos sean todos a la función más esperada. Llega para ustedes… ¡El Circo
de la Plaza Botero! Les tenemos un gran repertorio: indigentes, vendedores
ambulantes, pregoneros, prostitutas, ladrones ¡y mucho mucho más!” Siento en
mis oídos esas palabras, pronunciadas por nadie. El panorama deleita a los
turistas, que no son pocos. Todos rubios de ojos azules, 1.85 de estatura,
pelos enmarañados y cámaras colgando del cuello. Un calor de 35 grados y un partido
del Real Madrid de fondo. A la Plaza Botero la decoran cinco pinos y varias
esculturas de bronce del artista que da nombre a la plaza. Diariamente la
recorren miles de personas que buscan el pan, la cerveza o el bazuco. Personajes
que honran la exposición de Botero.
Uno de estos personajes es don Jorge Velasquez. Lleva 25
años en la función de este circo. Diariamente se levanta a las 5 a.m., despacha
a sus dos hijos “porque la señora tiene que dormir”, y emprende camino desde su
casa ubicada en Manrique Esmeraldas. Don Jorge vende réplicas en madera de las
esculturas de Botero, cada una vale $15.000. Lo mismo que paga diariamente de “vacuna”.
Dice que cuando no vende nada, “le termina debiendo a las Bacrim”. La violencia
golpea a esta zona y a sus vendedores. La violencia hace parte del show.
Si seguimos caminando, más allá de la Plaza se encuentra
la Iglesia Veracruz. Bancas de madera llenas de caca de pájaros, mujeres mal
vestidas, y tres baños públicos que desprenden un olor nauseabundo. Recuerdo
esa tarde y el olor retorna a mi nariz. El olor de la miseria, de la pobreza y
el dolor. Llegamos a la Iglesia, punto de encuentro por excelencia de la
prostitución en el centro de Medellín. Mujeres de todo tipo, edad e historia.
Una señora de unos 60 años exhibe sus piernas en un pequeño vestido rojo. Mira
lascivamente, esperando algún cliente que se interese en ella. Algún cliente
que le pague con un ala de pollo o una botella de gaseosa. Un cliente que pague
la boleta del show. Otra mujer de unos 35 años se acerca, tiene un vestido de color
negro que deja su espalda desnuda, habla con un fuerte acento. Cuenta que es de
Pereira, que aguantaba mucha hambre en su tierra y que vino a “voliar” a Medellín.
Lleva diez días en la ciudad, y ya tocó el fondo. Ya hace parte del grupo de “Las
Putas de la Veracruz”. ¿Ven? Esto es todo un circo.
Va cayendo la noche y el circo da paso a nuevas
funciones. Los turistas ya se aburrieron con la miseria, ahora cambian de
panorama drasticamente y se van de rumba al Poblado. Pero los personajes siguen
acá. Los payasos disfrazados de ladrones, los malabaristas que ahora son
indigentes. Las contorsionistas que ahora son prostitutas. El Circo de Botero
se despide de ustedes.